MONICIÓN AMBIENTAL
La liturgia de la Palabra de este domingo nos muestra el
camino de la verdadera felicidad a través de las bienaventuranzas, destacando
el valor de la humildad y de la pobreza evangélica, cuyo único tesoro está en
el Señor, también nos invita a tomar conciencia de la misericordia de nuestra
vocación y elección, conscientes de la predilección del Señor con cada uno de
nosotros.
ORACIÓN COLECTA
Señor, concédenos amarte con todo el corazón
y que nuestro amor se extienda también
a todos los hombres.
Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
M. El profeta Sofonías nos invita a adquirir la pobreza y
humildad capaces de confiar en el Señor, priorizando los valores espirituales.
Lectura del Profeta Sofonías 2, 3; 3,12-13
Buscad al
Señor los humildes, que cumplís sus mandamientos; buscad la justicia, buscad la
moderación, quizá podáis ocultaros el día de la ira del Señor. Dejaré en medio
de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto
de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una
lengua embustera; pastarán y se tenderán sin sobresaltos.
Palabra de
Dios.
Salmo responsorial Sal 145, 7.
8-9a. 9bc-10
M. El
salmista exalta al pobre de espíritu, reconociendo el infinito amor del Señor
con cada ser humano. Digamos: V/. Dichosos
los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
R/. Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
V/. El Señor hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos.
R/. Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
V/. El Señor
abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama
a los justos, el Señor guarda a los peregrinos.
R/. Dichosos
los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
V/. El Señor
sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El
Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad.
R/. Dichosos
los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
SEGUNDA LECTURA
M. San Pablo destaca cómo Dios se fija y
elige lo débil del mundo para anular al que se vanagloria y al poderoso.
Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los
Corintios 1, 26-31
Hermanos:
Fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni
muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo
lo ha escogido Dios para humillar a los sabios. Aún más, ha escogido la gente
baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta,
de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. Por él vosotros sois
en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría,
justicia, santificación y redención. Y así—como dice la Escritura—el que se
gloríe que se gloríe en el Señor.
Palabra de Dios.
M. El evangelista san Mateo recoge el pasaje
de las bienaventuranzas, donde el Señor exalta los grandes valores que nacen de
la caridad, invitándonos a permanecer en la auténtica alegría.
Aleluya
Alégrense y salten de contento, porque su
premio será grande en los cielos.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 5, 1-12ª
En aquel
tiempo, al ver Jesús al gentío subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus
discípulos, y el se puso a hablar enseñándoles: Dichosos los pobres en el
espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los que lloran,
porque ellos serán consolados. Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la
tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos
quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán «los Hijos
de Dios.» Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es
el Reino de los Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y
os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque
vuestra recompensa será grande en el cielo.
HOMILIA
CREDO
ORACION DE LOS FIELES
Hermanos, hagamos nuestros los
anhelos y esperanzas de todos los hombres, y unidos a toda la Iglesia oremos
diciendo: Padre, escúchanos.
h Para que viviendo con pobreza de
espíritu, los cristianos descubramos la verdadera riqueza que es Dios mismo.
Oremos.
h Para que Dios llene de su
sabiduría y de su felicidad a cuantos intentamos vivir como Iglesia las bienaventuranzas
del Reino. Oremos.
h Para que los jefes de los
pueblos renuncien a sus intereses personales y trabajen con entusiasmo y
honradez por el bien común. Oremos.
h Para que el Señor se haga
presente en medio de los pobres, de los cautivos, de los hambrientos, de todos
los que buscan la felicidad y aún no la conocen. Oremos.
h Para que los jóvenes, viviendo
el espíritu de las bienaventuranzas del Reino, sean promotores incansables de
un nuevo orden social, trabajando por la justicia y la paz. Oremos.
h Para que Jesús, hecho alimento para nuestras vidas, nos transforme
interiormente y nos haga gustar el secreto de la verdadera felicidad. Oremos
Señor
y Dios nuestro, que por medio de tu Hijo nos mostraste el camino que conduce a
la vida verdadera y nos dejas de atraernos a tu bienaventuranza eterna, inclina
tu oído a nuestras oraciones y no permitas que ninguno de los que acudimos a Ti
quedemos defraudados. Por Jesucristo nuestro Señor.
Oración sobre las Ofrendas
Presentamos, Señor, estas ofrendas en tu
altar como signo de nuestra servidumbre; concédenos que, al ser aceptadas por
ti se conviertan para tu pueblo en sacramento de vida y redención.
Por
Jesucristo nuestro Señor.
Antífona de comunión (Sal 30, 17-18)
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu
misericordia, Señor, que no me avergüenzo de haberte invocado.
Oración después de la Comunión
Reanimados por estos dones de
nuestra redención te suplicamos, Señor, que el pan de vida eterna nos haga
crecer continuamente en la fe verdadera.
Por
Jesucristo nuestro Señor.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CEC 459,
520-521: Jesús, modelo de las Bienaventuranzas para todos nosotros
CEC
1716-1724: la vocación a las Bienaventuranzas
CEC 64, 716: los pobres, los humildes y los
“últimos” traen la esperanza del Mesías
1716 Las bienaventuranzas están en el
centro de la predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas
al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la
posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos:
Bienaventurados
los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados
los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados
los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados
los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados
los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
cielos.
Bienaventurados
seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal
contra vosotros por mi causa.
Alegraos
y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos. (MT 5,3-12)
1717 Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y
describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria
de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes
características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la
esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las
recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de
todos los santos.
1718 Las bienaventuranzas responden
al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha
puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia El, el único que lo
puede satisfacer:
Ciertamente
todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie que
no dé su asentimiento a esta proposición incluso antes de que sea plenamente
enunciada. (S. Agustín, mor. eccl. 1, 3, 4).
¿Cómo es,
Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz
que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma
vive de ti. (S. Agustín, conf. 10, 20.29).
Sólo Dios
sacia. (Santo Tomás de Aquino, symb. 1).
1719 Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia
humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia
bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también
al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y
viven de ella en la fe.
1720 El Nuevo Testamento utiliza
varias expresiones para caracterizar la bienaventuranza a la que Dios llama al
hombre: la llegada del Reino de Dios (cf MT 4,17); la visión de Dios:
“Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (MT 5,8 cf 1JN
3,2 1CO 13,12); la entrada en el gozo del Señor (cf MT 25,21 MT 25,23);
la entrada en el Descanso de Dios (HE 4,7-11):
Allí
descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí
lo que acontecerá al fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino
que no tendrá fin? (S. Agustín, CIV 22,30).
1721
Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así
ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza divina (2P
1,4) y de la Vida eterna (cf JN 17,3). Con ella, el hombre entra en
la gloria de Cristo (cf RM 8,18) y en el gozo de la vida trinitaria.
1722
Semejante bienaventuranza supera la inteligencia y las solas fuerzas humanas.
Es fruto del don gratuito de Dios. Por eso la llamamos sobrenatural, así como
también llamamos sobrenatural la gracia que dispone al hombre a entrar en el
gozo divino.
“Bienaventurados
los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. Ciertamente, según su
grandeza y su inexpresable gloria, ‘nadie verá a Dios y seguirá viviendo’,
porque el Padre es inasequible; pero su amor, su bondad hacia los hombres y su
omnipotencia llegan hasta conceder a los que lo aman el privilegio de ver a
Dios... ‘porque lo que es imposible para los hombres es posible para Dios’. (S.
Ireneo, haer. 4, 20, 5).
1723 La
bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos
invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor
de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en
la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna
obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni
en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor:
El
dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje ‘instintivo’ la
multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y,
según la fortuna también, miden la honorabilidad... Todo esto se debe a la
convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de
los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro... La notoriedad, el hecho
de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama
de prensa), ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien
soberano, un objeto de verdadera veneración. (Newman, mix. 5, sobre la
santidad).
1724 El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis
apostólica nos describen los caminos que conducen al Reino de los cielos. Por
ellos avanzamos paso a paso mediante los actos de cada día, sostenidos por la
gracia del Espíritu Santo. Fecundados por la Palabra de Cristo, damos
lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios (cf la parábola del
sembrador: MT 13,3-23).
HERMENÉUTICA BÍBLICA DE LA FE
El perfil de
Jesucristo y del discípulo cristiano nos es presentado en el evangelio de San
Mateo, porque “las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen
su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su
Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes
características de la vida cristiana” (CEC 1717). Cada bienaventuranza “promete
precisamente aquel bien que abre al hombre a la vida eterna; más aún,
que es la misma vida eterna” (VS 16).
¿Por qué las
bienaventuranzas describen la caridad? Porque “la alegría y la realización
personal se alcanzan mediante la entrega completa de sí por amor a Cristo y a
su reino” (Benedicto XVI). De un modo especial destacan la humildad voluntaria
y el que asume libremente la pobreza evangélica. La humildad es un firme
cimiento “porque una vez colocada ésta debajo, todas las demás virtudes se
edificarán con solidez; pero si ésta no sirve de base, se destruye cuanto se
levante por bueno que sea” (San Juan Crisóstomo). Es bienaventurado el pobre
“que se confía totalmente a Dios,... El Señor ensalza la sencillez de corazón de
quien reconoce a Dios como la verdadera riqueza, pone en Él la propia
esperanza, y no en los bienes de este mundo” (VD 191).
Los
discípulos de Jesucristo que viven la pobreza y humildad “pierden todo lo más
querido que tienen en este mundo. No se gozan en aquellas cosas en que antes se
alegraban y hasta que no posean el amor de las cosas eternas son heridos por
alguna tristeza. Se consolarán en el Espíritu Santo, el cual con toda propiedad
se llama Paráclito, lo que quiere decir consolador, porque enriquece con la
eterna alegría a los que pierden la alegría temporal” (San Agustín).
Resulta
impresionante hablar de la pureza de corazón como preámbulo de la visión
beatífica, “ya desde ahora esta pureza nos concede ver según Dios, recibir a
otro como un “prójimo”; nos permite considerar el cuerpo humano, el nuestro y
el del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una manifestación de la
belleza divina” (CEC 2519).
En el
contexto actual de violencia que vivimos el gran desafío es identificarnos con
Cristo en la mansedumbre “dado que en el Bautismo hemos sido configurados con
Cristo, también debemos configurarnos con Cristo, encontrar este espíritu de
ser mansos, sin violencia, de convencer con el amor y con la bondad” (Benedicto
XVI).
Aplicación a la familia
Ante una
sociedad altamente violenta, la raíz para curarla reside en cada familia. La
cura es educarnos para la mansedumbre.
La
mansedumbre requiere aprender a educar la propia voluntad, especialmente para
aquellos miembros de la familia que son más irascibles, “mecha corta o sin
mecha”. Hay que aprender a respirar despacio cuando sentimos la adrenalina del
desquite o de la revancha, conscientes que fuerte es el que sabe pasar por alto
las miserias de los familiares, conocidos o enemigos de nuestros ambientes.
¡Qué
importante es el ejemplo de nuestros padres! Que ellos nos enseñen con su
propio autodominio a controlar los impulsos y deseos que sentimos. Que ellos
nos sepan llegar al corazón cuando nos vean a punto de colapsar y perder el
control de nosotros mismos.
Digamos para
nuestro interior: No a la violencia. Sí al autodominio.
Comentarios
Publicar un comentario