MONICIÓN AMBIENTAL
El banquete de la Palabra de este domingo nos invita a agradarle a Dios
por nuestra humildad interior, evitando cualquier presunción o vanagloria,
conscientes de nuestra pequeñez y de nuestro pecado.
ORACIÓN COLECTA
Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra
fe, esperanza y caridad, y, para conseguir tus promesas, concédenos amar tus
preceptos.
Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
M. El libro del Eclesiástico afirma que Dios es un juez justo e imparcial,
que escucha al humilde y al que lo sirve.
Lectura del libro del Eclesiástico
35,15-17.20-22
El Señor es un juez que no se deja impresionar por apariencias. No
menosprecia a nadie por ser pobre y escucha las súplicas del oprimido. No
desoye los gritos angustiosos del huérfano ni las quejas insistentes de la
viuda.
Quien sirve a Dios con todo su corazón es oído y su plegaria llega hasta
el cielo. La oración del humilde atraviesa las nubes, y mientras él no obtiene
lo que pide, permanece sin descanso y no desiste, hasta que el Altísimo lo
atiende y el justo juez le hace justicia.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL Sal 33
Bendigamos al Señor porque cuida del justo y
lo libra de sus angustias, diciendo: El Señor no está lejos de sus fieles.
Bendeciré al Señor a
todas horas, no cesará mi boca de alabarlo. Yo me siento orgulloso del Señor,
que se alegre su pueblo al escucharlo. R/
El Señor no está lejos de sus fieles.
En contra del malvado está el Señor, para borrar de la tierra su
recuerdo. Escucha, en cambio, al hombre justo y lo libra de todas sus congojas. R/ El Señor no está lejos de sus fieles.
El Señor no está lejos de sus fieles y levanta a las almas abatidas.
Salva el Señor la vida de sus siervos. No morirán quienes en él esperan. R/ El Señor no está lejos de sus fieles.
SEGUNDA LECTURA
M. La segunda Carta a Timoteo recoge la despedida de san Pablo antes de
su martirio, experimentando el auxilio del Señor y teniendo la certeza de su
cuidado paternal hasta el final.
Lectura de la segunda carta del apóstol san
Pablo a Timoteo
4,6-8.16-18
Querido hermano: Para mí ha llegado la hora del sacrificio y se acerca
el momento de mi partida. He luchado bien en el combate, he corrido hasta la
meta, he perseverado en la fe. Ahora sólo espero la corona merecida, con la que
el Señor, justo juez, me premiará en aquel día, y no solamente a mí, sino a
todos aquellos que esperan con amor su glorioso advenimiento.
La primera vez que me defendí ante el tribunal, nadie me ayudó. Todos me
abandonaron. Que no se les tome en cuenta. Pero el Señor estuvo a mi lado y me
dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara claramente el mensaje de
salvación y lo oyeran todos los paganos. Y fui librado de las fauces del león.
El Señor me seguirá librando de todos los peligros y me llevará salvo a su
Reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios.
M. San Lucas relata la parábola de un fariseo que se enaltece y la de un
publicano que se humilla. Al Señor le agrada la humildad de nuestro corazón.
Aleluya, aleluya
Dios ha reconciliado consigo al mundo, por medio de Cristo, y nos ha
encomendado a nosotros el mensaje de la reconciliación.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas 18,9-14
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían
por justos y despreciaban a los demás.
Dos hombres subieron al tempo para orar: uno era fariseo y el otro,
publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: Dios mío, te doy
gracias porque no soy como los demás hombres; ladrones, injustos y adúlteros;
tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de
todas mis ganancias.
El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los
ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: Dios mío,
apiádate de mí, que soy un pecador.
Pues bien, yo les aseguro que éste bajo a su casa justificado y aquél
no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será
enaltecido.
Palabra del Señor.
ORACIÓN DE LOS FIELES
Reconociendo que somos pecadores, presentemos
con humildad nuestras oraciones a Dios diciendo: Padre, óyenos.
·
Para que
los cristianos demos gloria a Dios y respetemos la dignidad de todos los
hombres y mujeres del tercer milenio. Oremos.
·
Para que
la Iglesia se comprometa en la promoción y defensa de los derechos humanos.
Oremos.
·
Para que
los países del tercer mundo vean respetados sus derechos y perdonadas sus
deudas. Oremos.
·
Para que
los pobres y oprimidos sientan la cercanía del Señor que es justo y les haga
justicia. Oremos
·
Para que
con serenidad y confianza, los que hoy mueran, aguarden al Señor. Oremos.
Oye, Padre, las oraciones de tus hijos, y ya
que te agrada la humildad de corazón, enséñanos el arte de amar y orar con
sencillez y alegría.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Vuelve tu mirada, Señor, sobre las ofrendas
que te presentamos, para que nuestra celebración sea para tu gloria y tu
alabanza.
Por Jesucristo nuestro Señor.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Ef
5,2
Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación de suave olor.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Lleva a su término en nosotros, Señor, lo que
significan estos sacramentos, para que un día poseamos plenamente cuanto
celebramos ahora en estos ritos sagrados.
Por Jesucristo nuestro Señor.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CEC 588, 2559, 2613, 2631: la humildad es el fundamento de la
oración
CEC 2616: Jesús satisface la oración de la fe
CEC 2628: la adoración, la disposición del hombre que se
reconoce criatura delante del Señor
CEC
2631: la oración de perdón es el primer motivo de la oración de petición
588
Jesús escandalizó a los fariseos
comiendo con los publicanos y los pecadores (cf. Lc 5,30) tan
familiarmente como con ellos mismos (cf. Lc 7,36 LC 11,37 LC 14,1). Contra
algunos de los "que se tenían por justos y despreciaban a los demás"
(LC 18,9 cf. Jn 7,49 JN 9,34), Jesús afirmó: "No he venido a
llamar a conversión a justos, sino a pecadores" (LC 5,32). Fue más
lejos todavía al proclamar frente a los fariseos que, siendo el pecado una
realidad universal (cf. Jn 8,33-36), los que pretenden no tener
necesidad de salvación se ciegan con respecto a sí mismos (cf. Jn 9,40-41).
2559
"La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes
convenientes"(San Juan Damasceno, f. o. 3, 24). ¿Desde dónde hablamos
cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia
voluntad, o desde "lo más profundo" (PS 130,14) de un corazón
humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf LC 18,9-14). La humildad
es la base de la oración. "Nosotros no sabemos pedir como conviene"(RM
8,26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente
el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (cf San Agustín, serm 56,
6, 9).
2613 S. Lucas nos ha trasmitido tres parábolas principales sobre
la oración:
La primera, "el amigo importuno" (cf LC 11,5-13),
invita a una oración insistente: "Llamad y se os abrirá". Al que ora
así, el Padre del cielo "le dará todo lo que necesite", y sobre todo
el Espíritu Santo que contiene todos los dones.
La segunda, "la viuda importuna" (cf LC 18,1-8),
está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar
siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. "Pero, cuando el
Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?"
La
tercera parábola, "el fariseo y el publicano" (cf LC 18,9-14),
se refiere a la humildad del corazón que ora. "Oh Dios, ten
compasión de mí que soy pecador". La Iglesia no cesa de hacer suya esta
oración: "¡Kyrie eleison!".
2631
La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición
(cf el publicano: "ten compasión de mí que soy pecador": LC 18,13).
Es el comienzo de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a
la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los
otros (cf 1JN 1, 7-2, 2): entonces "cuanto pidamos lo recibimos de
Él" (1JN 3,22). Tanto la celebración de la eucaristía como la
oración personal comienzan con la petición de perdón.
HERMENÉUTICA BÍBLICA DE LA FE
Frente al Señor nadie puede presumir de sus méritos, la mejor actitud es
humillarnos. “«Dos hombres
subieron al templo a orar»; de allí, uno «bajó a su casa justificado» y el otro
no (LC 18,10 LC 18,14). Este último presentó todos sus méritos ante
Dios, casi como convirtiéndolo en un deudor suyo. En el fondo, no sentía la
necesidad de Dios, aunque le daba gracias por haberlo hecho tan perfecto y no
«como ese publicano». Y, sin embargo, es precisamente el publicano quien bajará
a su casa justificado. Consciente de sus pecados, que le hacen agachar la
cabeza, aunque, en realidad, está totalmente dirigido hacia el Cielo, él espera
todo del Señor: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador» (LC 18,13).
Llama a la puerta de la Misericordia, que se abre y lo justifica, «porque –
concluye Jesús – todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla
será enaltecido» (LC 18,14).” (Benedicto XVI).
“Como el fariseo, también nosotros
podríamos tener la tentación de recordar a Dios nuestros méritos, tal vez
pensando en el trabajo de estos días. Pero, para subir al cielo, la oración
debe brotar de un corazón humilde, pobre. Por tanto, también nosotros, al
concluir este acontecimiento eclesial, deseamos ante todo dar gracias a Dios,
no por nuestros méritos, sino por el don que él nos ha hecho. Nos reconocemos
pequeños y necesitados de salvación, de misericordia; reconocemos que todo
viene de él y que sólo con su gracia se realizará lo que el Espíritu Santo nos
ha dicho. Sólo así podremos «volver a casa» verdaderamente enriquecidos, más
justos y más capaces de caminar por las sendas del Señor” (Benedicto XVI).
En cuanto a la actitud del publicano: “suspirando amargamente hería sus pechos y decía únicamente:
"¡Sé propicio a este pecador!" Y con todo, éste descendió del templo
justificado. ¿Adviertes la presteza? ¡Recibe la injuria y se purifica con la
injuria! ¡Reconoce su pecado y se despoja del pecado! ¡la acusación de su
crimen le resulta perdón de su crimen! ¡su enemigo, sin saberlo, se convirtió
en su bienhechor! ¿Cuan grandes eran los trabajos que aquel publicano debería
padecer, ayunando y durmiendo en el suelo y velando en vigilia y repartiendo
sus bienes a los pobres y permaneciendo largo tiempo vestido de saco y de ceniza,
si quería que se le perdonaran sus crímenes? Pues ahora, no habiendo hecho nada
de eso, con una simple palabra, quedó limpio de toda su iniquidad. Los insultos
y las injurias del fariseo, que parecían cubrirlo de oprobio, le engendraron
una corona de justicia; y esto sin sudores, sin trabajos, sin necesidad de
largos tiempos de espera.” (San Juan Crisóstomo).
¡Qué hermoso es saber que Dios derrocha amor con todos,
especialmente cuando nos reconocemos pecadores! “La
buena nueva del Evangelio consiste precisamente en que Dios ofrece su gracia al
pecador. En otro pasaje, con la famosa parábola del fariseo y el publicano que
subieron al templo a orar, Jesús llega a poner a un publicano anónimo como
ejemplo de humilde confianza en la misericordia divina: mientras el fariseo
hacía alarde de su perfección moral, "el publicano (...) no se atrevía ni
a elevar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh
Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!"". Y Jesús comenta:
"Os digo que este bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el
que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado" (LC
18,13-14). Por tanto, con la figura de Mateo, los Evangelios nos presentan
una auténtica paradoja: quien se encuentra aparentemente más lejos de la
santidad puede convertirse incluso en un modelo de acogida de la misericordia
de Dios, permitiéndole mostrar sus maravillosos efectos en su existencia.
A este respecto, san Juan Crisóstomo hace un comentario
significativo: observa que sólo en la narración de algunas llamadas se menciona
el trabajo que estaban realizando esas personas. Pedro, Andrés, Santiago y Juan
fueron llamados mientras estaban pescando; y Mateo precisamente mientras
recaudaba impuestos. Se trata de oficios de poca importancia —comenta el
Crisóstomo—, "pues no hay nada más detestable que el recaudador y nada más
común que la pesca" (In Matth. Hom.:
PL 57, 363). Así pues, la llamada de Jesús llega también a personas
de bajo nivel social, mientras realizan su trabajo ordinario.” (Benedicto XVI).
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